“…y la nada que hay”
(Wallace Stevens)
Finalizada la vigilia,
de vuelta a casa tras un
día de llanto,
siento temor por la
certeza de que el cuerpo no es más que una prenda,
quién es el abrigo
entonces,
quién el grano de la
balanza,
no lo entiendo.
Lo miro y su hálito es
niebla que descansa en los ojos,
niebla que ha paralizado
la nieve, que ha cristalizado en la sangre,
aunque me pudieras mirar soy
papel mojado y falso,
continuo no entendiéndolo,
quién es el responsable de
la escarcha.
Tú no las quisiste,
te planchamos las semillas
a la ropa para que ardieran en esta primavera que es hollín,
introducido en nuestros
cuerpos durante el silencioso ritual,
marca negra que se hunde
en la nauseabunda podredumbre del cuerpo,
materia granítica,
reducida a millones de veces su esencia,
como enigmático lastre
cada día más reluciente.
Te pedí la mano para
ahogarla en el frío universal,
el único que perdura en el
presente,
insustituible dentro de
las palabras geniales no conservadas,
que desembocan en tu
rostro sin idioma
y ya sin protección para
el futuro.