“estar simplemente aquí,
simplemente vivos…”
(Thomas
Pynchon)
Al afeitarte y tener tan
cerca la piel,
el nacimiento de los pelos
y los pliegues que se van hundiendo más allá del cuello de la camisa,
tocarte las manos, ya sin
carne, para cambiarlas de postura, tibias, expulsadas del jardín,
pude empaparme de cuánto
se deja y de cuánto se pone a salvo,
volverme un experto en la
cuenta atrás.
Quieto en el semáforo dejo
pasar a un anciano,
ambos sabemos que el
tiempo no es mucho,
no parece alarmado porque
nadie parece conocer su secreto, salvo él y ahora yo,
si lo tocara el mismo
lento corazón que remueve las entrañas y se las come,
las oiría como corren de
un fuego a otro las horas incandescentes de la tarde,
cruza la calle
y yo, asustado por el
descubrimiento, escucho crepitar los sueños arremolinados en un huracán,
los tiro hacia la orilla
para olvidarlos,
para que se hagan trizas,
al llegar a la acera me
miras y me enseñas la boca azul atroz,
que absorbe el universo y
las palabras.