La llegada de los
narradores cubre de oro las boñigas de sus caballos,
brillan sus caras incluso
de noche,
guardaron las dagas en
cuanto silenciaron a los súbditos que más serios cantaban,
repartieron placeres en
sus carrozas aladas,
nadie les picaba al oído
con planes suicidas,
estiraron su alfombra
mágica
y tocaron a degüello,
parecían no oírse aunque
desfilaban disfrazados de carniceros,
nadie los había llamado a
desplegar sus blancos e infinitos papeles con ejercicios de trashumancia,
lo suyo era morir rápido
pero allí se quedaron,
chapoteando en el agua
oxidada
y lamentándose desde bien
temprano de su agonía.
Si tanto daño nos hacen, por
qué no los matamos?,
basta ya de manchas y
desconches donde anidar descompuestos,
basta con matarlos y no volver a pensar.
Militarizados, seremos el
cuerpo de élite de cuarzo indestructible,
anillados a la divina
intolerancia de los mandobles de sal y róales de agua destilada,
la jodida muerte que
envuelve nuestros poemas no los dejará en paz,
su vida turbia de contar
meandros y páramos amenizará las cenas de gala,
acompasados por nanas a
las quiebras mundiales de confianza,
la cofradía de poetas
comeremos las sobras en la cocina,
luchando por cada bocado con
los animales de compañía,
dejadlos ir, dejadlos ir,
rompamos los corazones, arranquémosles
los pétalos,
fundemos la esperanza de
que hay un tiempo para nosotros.