“Entonces Patroclo, quebrado por la herida de la lanza
y por el golpe de dios,
intentó eludir la muerte buscando amparo entre sus
compañeros”
(Homero)
Al perro se le viste para
salir de casa,
luego se le pasea,
a lo mejor eso es lo que
hace que los odie,
ellos también me odian,
nos despreciamos
mutuamente mientras coincidimos en la calle,
los veo mear y cagar mirando
sus restos complacidos
tan ridículos en nuestra
fe en el futuro como en esa cagarruta que recogéis,
no es culpa de nadie, es
el flujo fecundo de arrojar palos al agua y esperar que los traigan,
de los nombres que le
hemos dado al dejarlos entrar en casa,
lo podríamos gritar en los
días ventosos para que se alejaran dibujados en el aire
y comportarse con el celo
de que algo grande se está tramando en este solar meado y maloliente,
orina y cigarrillos
apagados en sus charcos ,
farolas sucias, ya nadie
puede salvarlas,
ruge el silencio del
vecindario sorbiendo la taza final,
así culpo yo a los
paseantes que prueban a inculparme con la mirada,
pobre travestido de la
ignorancia,
satélite del pasado que
camina sin orden hacia la capitulación,
pobre de mí sin protección
y con ausencias descomunales,
les brilla el hocico, se
les dispara la mirada porque saben que han ganado.