“…la sierva costa, el insondable río”
(Leopardi)
Era por ti por quien
sondeaba el litoral en busca de firmeza,
sin perder ese cielo y esos
lodos de vista,
el equilibrio entre los
hilos tintados y el enorme socavón,
dedos desplazados,
separadores del agua,
una capa de luz frente al
silencio universal.
¿Para qué dios si tenemos
a los poetas que miden el salto?
Libres y proclamados a sí
mismos como incapaces,
escudos para cuando deba
arder el día y no sepamos porqué
y debiera partirse la
tierra en dos para encenderse el núcleo de los despojos,
negro magma escrito
apresuradamente que se precipita hacia la incandescencia,
con los ojos tristes de
los que tratan de huir de vuestras palabras,
arde la cuerda en círculos,
lo respiro, lo respiráis, es
el infierno
puede recorrerse más
paisaje a más velocidad,
pero no verlo antes de que
se queme,
antes de que las ruinas
constituyan las razones,
las ruinas trágicas e
incomprendidas que constituyen las razones para llegar,
allí acechan con dientes
afilados que se gira al atracar en la costa,
un magnífico lugar para
vivir.