sábado, 21 de enero de 2017

DOS PUNTOS EN LA DISTANCIA



¿Cuál es el goce que tañe la antesala de la muerte, del hambre y la miseria?
nadie lo puede saber,
es una cruz combada,
dicha sin acritud, sonreída al aire fresco de las bandas de pájaros que las cose.
Ese es su merecimiento,
no haber dicho la verdad,
confundido con la presencia aleteada y fundamentalista de los brazos de papá.
Esculpido en vida,
resurgido en cristales que mecen las banalidades en cápsulas contra la edad,
han respondido al juramento del oxígeno,
retraído en los corazones antes de presionar la válvula,
manda una suerte de palabras redobladas en este silencio de aldea minúscula,
sí, tiene eco, que ha confiado en la casualidad para repartirse en materias porosas e infinitas,
tramos que de pronto incandescentes tornan las dichas en balances de poemas y peces,
los coge quien siente más vida,
trufada de piezas inorgánicas, válidas en esta soledad de la noche que condensa la vocación de ser,
ese instante agarrado a las paredes, que termina por resbalar, acusado de haber perdido sustancia,
ese mecanismo de más que hace esconder el rostro en cuanto se detalla su nombre, con teóricas formas estéticas,
alumbra esquinas que se hunden para defenderse,
entran en guerra desesperada,
algún bien habrá, alguna torre tendrá fundamentos para resistir sin ceder, resistir el hogar difuso de la mirada,
toma tu tíquet, gran animal cansado de la palabra, sirve esta para gastarse en porciones de flujos discontinuos,
lo entiendes en cuanto lo usas en su nombre,
ya te representa, es justo lo necesario para saltar de un sueño a otro, sin unidad, acatarlos,
confiados por los salvajes trozos de tierra yerma pero conquistada, la fuerza franca de esperar más y citar menos,
pequeños gestos, ahorros para consumir cuando el honor es mezclado con la desesperación
y el halo paga con tiempo el paisaje hasta hundirlo definitivamente en la copia falsa de la noche.

martes, 17 de enero de 2017

NUEVO PAPA



“la furia de los niños contras las estrictas tinieblas”
                                                                                 (Manuel Vilas)


Los que lloran en la plaza se han olvidado qué les duele,
lloran por llorar,
metales pesados resbalan por las escaleras vaticanas,
papilla que baña en rojo y blanco,
tallas que preguntan hacia la profundidad de los espejos,
dos cabezas hídricas y una pasta viscosa y alquitranada arden en el
balcón,
cadáveres santos gritan y cantan dos mil años de excusas.
No es seguro estar aquí,
no deberíais haber salido del autobús,
os hubierais podido quedar en casa,
pasar hambre como siempre, hambre y soledad,  
y adorar al gran dios y a sus santos en un caja portátil,
ensayar con el ojo de la aguja y lo del camello,
desentrañar versículos como tierra recién descubierta,
os hubiera ido mejor no estar aquí.
El nuevo papa saluda con su nuevo nombre,
saluda con palabras viejas en latín e italiano,
desinfla los sueños del perdón universal,
estimula los humedales desecados,
dinastías de flores sin luz que resisten un día más por la duda de saltarse el protocolo y caerse por la ventana,
no ha terminado este mundo, lo seguimos escuchando,
atentos a que algo de mayor interés lo anule.