“y al no ser nada él mismo, no contempla
nada que no esté ahí, y la nada que hay”
(Wallace Stevens)
Lo he dejado aparte para que
respire y entre en calor,
los niños ya le han
arrancado la cabeza,
huele a nieve batida, esa
que nadie aprecia.
Cercado por la tierra
encallecida, las hiervas lo empujan hacia adentro,
huele a invierno que se
escapa con los cadáveres recibidos por la tierra.
Descabezado sonríe hacia
la nada.
Luego la indulgencia
resecará la manos heladas hasta volverlas hueso,
por mucho que el fuego se
esfuerce ya no habrá tregua,
hacer un túmulo, una
vasija, una gran muralla que divida los reinos,
y alejarlos de los
caminos, que se pierdan del mundo hasta que la casualidad lo halle vestidos tal
como los dejaron
o alzar la mano tan arriba
como las piedras lo permitan y sirvan de orientación a los transeúntes, y lo
rodeen con ira, por el tiempo perdido, por el orden en el que militan,
son unas órbitas dentro de
otras,
la más rotunda de la
nadas.
Como especie es a lo
máximo que podemos aspirar.