domingo, 8 de febrero de 2015

GUERRA SIN CUARTEL

Le suben por la solapa hormigas diminutas,
ahora en invierno deberían descansar en sus escondrijos,
el dulzor de la despensa y el calor de la chimenea las mantienen despiertas
y paseantes por toda la casa en pos de rellenar sus almacenes de los descuidos de mi madre.
Tengo miedo que un día despierte rebozada
y que muera comida por una horda furiosa que quiera de una vez por todas la parte completa del pastel,
o en venganza a tantos polvos tóxicos y señuelos de pollo que las esquilmaron como si ella fuera un castigo divino,
la bestia que inyecta ira por esos agujeros hasta cegarlos
y que saliera perdedora a tanta trampa y treta para que no floten en el caldo
o en el pliegue de una hoja de lechuga.
Caminan ociosas, calientes y dispuestas a no dejarse vencer por la tozudez de mi madre,
guerra sin cuartel no declarada,
abierta desde que vivimos en esta isla del silencio,
roto por el roer ansioso y rotundo de unas hormigas incansables.