En el mío tengo miedo, me
puedo morir.
Manuel Vilas tiene un
coche a prueba de locos,
él lo diseñó y lo presta a
los poetas en apuros,
no acostumbro a dejar
páginas en blanco,
le engañé, aunque puede
que no me creyera por su descomunal inteligencia,
pero lo cierto es que tuve
la oportunidad de pisar el acelerador.
Su coche tiene permiso
para reventar las carreteras,
los poetas nos reímos de
esas cosas, la mayoría no creemos,
pero lo cierto es que no
se puede frenar en las curvas porque da igual que seguir recto,
saltar del arcén al campo,
lo resiste todo el coche
de Manuel Vilas
y hace reír en la seriedad
responsable de estar al volante,
atravesar los pueblos de
la provincia de Huesca, antes de llegar a los Pirineos, a oscuras y medio ciego
de velocidad,
no hay mejor música que la
demencia,
sumergirse en la fe, la
mejor pasta para escribir libros,
que los escuchen y
entiendan aunque que parezca que solo se ha disfrazado la misma mierda con otro
nombre,
es la certeza de ir tan
rápido como el límite invisible de vender a Lot la idea absurda de ser títeres,
por eso es mejor el pánico
y la fuerza de atravesar los ríos volando por el misterio de la mecánica
poética.
No le he dicho cuando
volveré y ha marchado Manuel Vilas a su casa, a leer, por matar el tiempo,
me advirtió que no podía
salirme de los límites de la página,
hace rato que ya no sé
dónde estoy,
zumbo y zumbo, sin importar
las almas ni los monumentos de posible interés,
saludo a la Guardia Civil
de tráfico con mi coche para poetas hambrientos de posteridad,
abren para mí las compuestas
del embalse,
“costará más despreciar la
rima”, me gritan,
les sonrío orgulloso de no
dormirme, de no encontrar un solo semáforo en verde,
“alguna razón para hacer
esto”, me chillan desde la radio,
no sé qué decirles, tenía
hambre, derrochaba hambre por la provincia de Huesca, antes de llegar a los
Pirineos,
parecía importante pero
era una mano mermada de tiempo,
lo haría si fuera de tumba
a tumba resucitando a los muertos, pero este coche no hace eso,
la terapia no incluye
atropellos ni resurrecciones,
con esas vainas de escritor
sin escuela donde remitirme,
encerrado entre cuatro
chapas, a esos varios metros cuadrados de piel, unidos a los órganos que piden
que me pare
y engañar por fin a la
tristeza de los días tirados enfrente de la mesa de trabajo,
pido a este momento un
tatuaje en el reverso de la razón con el que acordarme de los rizos, de las
conchas, del patíbulo, por no ser esenciales.
Corro un poco más si es
posible,
no se acaba el mundo antes
de los Pirineos,
sopla y arde la tierra,
si supiera cómo se cierran
los ojos los cerraría,
a mi paso concedería un
momento a ese círculo sangrado que es la casa natal del poeta en Barbastro
donde he acordado dejar el coche, en buen uso, para el siguiente poeta en
apuros.
En el mío tengo miedo, me
puedo morir.