sábado, 15 de marzo de 2014

EL COCHE DE MANUEL VILAS



En el mío tengo miedo, me puedo morir.
Manuel Vilas tiene un coche a prueba de locos,
él lo diseñó y lo presta a los poetas en apuros,
no acostumbro a dejar páginas en blanco,
le engañé, aunque puede que no me creyera por su descomunal inteligencia,
pero lo cierto es que tuve la oportunidad de pisar el acelerador.
Su coche tiene permiso para reventar las carreteras,
los poetas nos reímos de esas cosas, la mayoría no creemos,
pero lo cierto es que no se puede frenar en las curvas porque da igual que seguir recto,
saltar del arcén al campo,
lo resiste todo el coche de Manuel Vilas
y hace reír en la seriedad responsable de estar al volante,
atravesar los pueblos de la provincia de Huesca, antes de llegar a los Pirineos, a oscuras y medio ciego de velocidad,
no hay mejor música que la demencia,
sumergirse en la fe, la mejor pasta para escribir libros,
que los escuchen y entiendan aunque que parezca que solo se ha disfrazado la misma mierda con otro nombre,
es la certeza de ir tan rápido como el límite invisible de vender a Lot la idea absurda de ser títeres,
por eso es mejor el pánico y la fuerza de atravesar los ríos volando por el misterio de la mecánica poética.
No le he dicho cuando volveré y ha marchado Manuel Vilas a su casa, a leer, por matar el tiempo,
me advirtió que no podía salirme de los límites de la página,
hace rato que ya no sé dónde estoy,
zumbo y zumbo, sin importar las almas ni los monumentos de posible interés,
saludo a la Guardia Civil de tráfico con mi coche para poetas hambrientos de posteridad,
abren para mí las compuestas del embalse,
“costará más despreciar la rima”, me gritan,
les sonrío orgulloso de no dormirme, de no encontrar un solo semáforo en verde,
“alguna razón para hacer esto”, me chillan desde la radio,
no sé qué decirles, tenía hambre, derrochaba hambre por la provincia de Huesca, antes de llegar a los Pirineos,
parecía importante pero era una mano mermada de tiempo,
lo haría si fuera de tumba a tumba resucitando a los muertos, pero este coche no hace eso,
la terapia no incluye atropellos ni resurrecciones,
con esas vainas de escritor sin escuela donde remitirme,
encerrado entre cuatro chapas, a esos varios metros cuadrados de piel, unidos a los órganos que piden que me pare
y engañar por fin a la tristeza de los días tirados enfrente de la mesa de trabajo,
pido a este momento un tatuaje en el reverso de la razón con el que acordarme de los rizos, de las conchas, del patíbulo, por no ser esenciales.
Corro un poco más si es posible,
no se acaba el mundo antes de los Pirineos,
sopla y arde la tierra,
si supiera cómo se cierran los ojos los cerraría,  
a mi paso concedería un momento a ese círculo sangrado que es la casa natal del poeta en Barbastro donde he acordado dejar el coche, en buen uso, para el siguiente poeta en apuros.
En el mío tengo miedo, me puedo morir.