Poco se ha dicho que sea
exacto sobre cómo eran tus manos,
la vida ha preferido
entretenerse con las semillas que debía el tiempo borrar para sentirse
importante,
escribieron que los dioses
eligieron uno por uno los objetos para acompañarte,
hasta las ingenuas
palabras que se lloraron,
las llamas que se debían
encender a la puesta del sol,
para no anular las causas
por las que ya no llegó tu piel a atisbar los primeros síntomas de cansancio
y vivir como tú un momento
que no tiene vuelta atrás.
No se dejó nada a tu
elección,
embriagados por la enorme
pista que ofrece el horizonte e intuir que las palabras las repetirán bárbaros
que no entenderán cuánta alegoría e incendios de aquella época tendría la
actualidad,
da igual quien las
proteja,
ni como separarse,
las circunstancias llevan
al final y a la leyenda de todo lo que no hiciste
y se olvida quien vestía
ese valor infantil por el más allá,
quien lo nombraba
conscientemente, un soldado aferrado a otra edad y a la misma espada.