Lo peor no es subirse los
pantalones y calzoncillos a la vez,
y deprisa porque desde la
carretera te pueden ver,
lo más extraño es oír
amplificada como la mierda ser abre paso entre los jugos gástricos hacia el
exterior,
vacía los intestinos,
cuelga durante unos microsegundos del ano y se estampa contra el suelo,
si estuviera en casa me
quedaría cómodamente a leer,
o en el wáter de un aeropuerto
en silencio encogiéndome porque los diferentes suspiros pertenecen ya a todos,
los oiría como función mecánica del progreso,
pero me tengo que alzar deprisa,
cerrar la bragueta como si
no hubiera nadie,
cómo esconderla, desde el
aire la mortaja será indefinida,
la servilleta que
adivinará enseguida el servicio de limpieza y poda,
concesión a alguna
empresa, cedida en pirámide hasta el autónomo que la mezclará con la hierba
sucia de polvo, disco de frenos y neumáticos,
cuando paso por allí
recuerdo el sudor con que tuve que huir, gritaba a mi estómago caprichoso que
no fuera así,
se ríe de mi,
ya me ha obligado varias
veces,
las carreteras desatan su
furia,
aunque refrene sus ganas,
termino compartiendo
rincones con otros profetas,
no los he visto pero
reconozco sus huellas.