domingo, 10 de julio de 2016

UN DIA SIN HORAS



Hoy Dylan Thomas se ha cambiado la camisa,
piensa salir,
es un día perfecto para lucirla tan blanca y ajustada.
Al otro lado de la pared discuten sobre la juventud, sobre como paladearla,
¿eso se puede?
no puede irse a buscar cadáveres mientras siga la charla,
asco por el corazón vacío de alcohol bebe un poco sin hacer ruido,
casi sin respirar acompaña las palabras de dos personas cansada que no pueden representar los sueños pero los interpretan con los dedos un poco agusanados,
hierbe la calle mientras anochece en la razón.
Y a Dylan Thomas comienza a darle miedo no ser capaz de levantarse, que todo cuanto canta sea fútil en la boca de otros imitadores bienintencionados,
malabares con sus mismas palabras ebrias que resulten rezumos de una carpeta cerrada que se comen los ratones,
que nadie los entienda en esa estaca maestra puesta desde el primer verso, y lo gruña para asustar la posteridad a que le dé una oportunidad más,
sea breve para, en una ronda acabar con las expectativas, con la juventud, con la blancura de las camisas, con la poesía y todo cuanto se ha interpuesto
y no olvide nunca que lo escuchado también era producto del miedo.