Al lanzar la piedra enseguida
me doy cuenta de que no llegará muy lejos,
apenas salva unas hierbas.
Tiro otra con más fuerza,
con la ira del mundo,
no se parará la maquinaria
celeste por ese golpe,
y las órbitas permanecerán
inmunes,
pero con el deseo de que
llegue hasta donde me sea imposible verla,
mejor, si hubiera podido
ponerla en el espacio,
para que nunca la pudiera
encontrar y repetirme,
prefiero que sea otro el
que halle la piedra y la aleje un poco más del lugar donde el tiempo, la
resistencia y la fuerza la catapultó,
y luego olvidar el gesto,
que ha asistido a todas
las fiestas y vivido la fundación y el final de los planes para soportar con
más entereza la razón por la que cuatro mil años después sigo escribiendo.
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