“llenamos formas preexistentes
y al llenarlas las cambiamos
y ellas nos cambian”
(Frank Bidart)
Tempo feroz de mis palabras,
condéname por mis dunas y arboledas,
ya reniego del sabor de la
fruta madura,
de la manta contra el
frío,
del cuchillo que abre la
carne.
Lo mastico, todo lo he
masticado hasta la saciedad,
simulando que tengo hambre
y no miedo,
y miro de frente a quienes
me acompañan y me refrescan la espera,
yo también los estoy
acompañando.
Corrígeme si me equivoco
pero he dilapidado tantas horas reconociendo la asombrosa llave,
llaves y contenedores de
llaves, amontonadas, fundidas y vueltas a perder,
ya no tengo agallas para recitar
a mis mentores, susurrarles al oído mis respetos, darles nombres porque también
dudaron del trato,
de todo hubo, locura
extrema era encerrarse a oírse,
inventariar tablas como
cuando éramos niños y errábamos por puro miedo,
aquí se ven ahora las
entrañas de las generaciones,
licor fermentado a golpe
de miedo y hermosura
porque eso es lo que nos
reconoce cuando hemos cruzado el umbral de las importancias relativas,
las angustiadas bombas
enrojecen los cuerpos, sin decírselo a nadie, caen en cuanto se las mira,
y sepultan la historia,
la escala que pende de
algo más fuerte y lógico que mis obras, que mi recuerdo,
no serán suficientes para
contener el miedo,
arrastrar lo pies, vender,
siempre vender, es la receta para aceptar lo que soy.
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