Museo Lapidario Narbonne
La mano al pecho para
ocultar la herida,
puede que de saludo o
respeto.
Querido Marcia MF, qué te
hacía sonreír y retar con la mano al destino,
múltiples ocasiones tuviste
para rebuscar entre los huesos de tus antepasados sin temer que los bárbaros pudieran
revolverlos,
bien cuidados, en los
bordes de la ciudad, amansados en piedra para hacerte las preguntas frágiles,
las que rompen las cadenas
y llegan al cáncer,
crisálida opaca, a punto
de pudrirse siempre,
desborda la cuenta del
tiempo espuma,
cae de su cuenco hasta las
manos aun con carne que se resisten a volver la mirada al infinito.
Qué te hizo parecer
inexpugnable,
qué podría ser lo que
acabara con tu lengua,
qué sucesos para ti
desconocidos jalonaron a los intermediarios del Leteo,
los que se negaron a
sumergirse a tu paso
y resoplan de miedo porque
la oscuridad acecha a quien canta y admira la luz,
no ocultes en esa sonrisa
la duda de la palabra,
levanta el paso, desmenuza
la tierra,
salpícala, lo que se
descubra es un reservo inocente,
que nada puede contra ti.
Caerá sobre tu nombre, el
de tus hijos y los que posteriormente fallecieron la hazaña final del relieve,
la cornisa donde poder
posar la mano, pendones movidos por el viento, medallones clavados a la piedra,
un éxito tan irrelevante
como el pasado,
columnas descabezadas,
pulidas por la mano ya ausente,
viento y más viento para
darle la vuelta a la tierra,
virtuosa y débil en esta
cadena de encuentros fortuitos que alimentan los linajes más allá de sus intenciones
de posteridad.
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