Ya he vuelto a ignorar el
día
y vengo de vacío.
Pobres manos que no
sostienen el mendigar de una sola célebre palabra,
cogida al vuelo, puesta
aquí con mimo, podría salvar la espera,
esa presa que se digna a
mirar a los ojos del cazador,
entonces no se dispara,
no se atraviesa la carne,
ni se despelleja.
Olor a podrido, queda una
columna silente alzada al calor de las horas,
ignorante de si sirve,
sabe a hierro dulce,
tanteado antes de abrirse
las puertas.
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