El miedo que ataca a mi
vecino le obliga a serrar para ser oído,
podría envenenarse pero
prefiere sudar en la galería,
podría taladrarse los
testículos pero valora más nuestra desesperanza,
en realidad nos está
pidiendo ayuda,
pretende que le gritemos
que lo queremos muerto,
para despertarlo,
que le gritemos bien
fuerte mientras a martillazos descompasados y huecos oye cómo se nos pudre el
alma con él,
necesita nuestras palabras
para sentenciarse,
pero le obligamos a vivir,
y le dejamos reconstruirse su casa,
con una barbacoa en el
rincón donde se esconderá para compartir los agonizantes restos de una tarde,
donde el silencio lo rompe el crujir de los gusanos en nuestras carnes.
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