“la furia de los niños contras las estrictas
tinieblas”
(Manuel Vilas)
Los que lloran en la plaza
se han olvidado qué les duele,
lloran
por llorar,
metales
pesados resbalan por las escaleras vaticanas,
papilla
que baña en rojo y blanco,
tallas
que preguntan hacia la profundidad de los espejos,
dos
cabezas hídricas y una pasta viscosa y alquitranada arden en el
balcón,
cadáveres
santos gritan y cantan dos mil años de excusas.
No
es seguro estar aquí,
no
deberíais haber salido del autobús,
os
hubierais podido quedar en casa,
pasar
hambre como siempre, hambre y soledad,
y
adorar al gran dios y a sus santos en un caja portátil,
ensayar
con el ojo de la aguja y lo del camello,
desentrañar
versículos como tierra recién descubierta,
os
hubiera ido mejor no estar aquí.
El
nuevo papa saluda con su nuevo nombre,
saluda
con palabras viejas en latín e italiano,
desinfla
los sueños del perdón universal,
estimula los humedales
desecados,
dinastías de flores sin
luz que resisten un día más por la duda de saltarse el protocolo y caerse por
la ventana,
no ha terminado este
mundo, lo seguimos escuchando,
atentos a que algo de
mayor interés lo anule.
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