lunes, 21 de octubre de 2013

ARISTAS DE BRONCE

¿Puede usted quitar su bota de mi cuello?
A cambio,
enseñaré a su salvaje familia la herencia occidental,
a follar furtivamente,
quemando cualquier reducto de superioridad,
aplaudir a tiempo
a los especialistas de la emoción y del desasosiego,
esperar y acumular
aborrecibles e incomodas vísperas de los demás.
Estaremos el tiempo que haga falta,
con la luz encendida,
y el ancho camino desbrozado,
drenando el lago estival para que el efecto haga flotar la canoa,
envainaremos, quemaremos la letra, la herencia,
pondremos el oído en la estatua de bronce:
“Te ruego no destrocen los perros mi carne ante las naos aqueas,
Plantados frente a frente, jadeantes, ambos se aprestan a la lid de Marte,
Oí llorar entre sueños a mis hijos, que conmigo estaban y me pedían pan,
Os daría violetas, pero todas marchitaron cuando murió mi padre
Te mostraré el miedo en un puñado de polvo”
qué mayor venganza para el tiempo.

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