Fuimos invitados a
recuperar las tradiciones,
callar cuando debíamos,
vestirnos, masticar cuarenta veces,
adorar la cabra y adivinar
una promesa mirando al cielo, a los dedos de la última que alza la mano;
eso nos lo enseñaron con
el paso de los años,
no hizo falta violencia,
con estirar el mantel era suficiente.
Sufrir sí era necesario
delante del pescado muerto y podrido,
frio altar que se firma
ante notario por si no vienen los que deberían ser los nuevos bárbaros,
un meteorito, la atmosfera
justa y encarcelados a la gravedad,
crujen al frotar las manos
en la aldea primigenia,
desierta ahora porque se
terminó la abundancia y se diagnostican más cánceres en la orilla que en el
interior;
qué será de esos grandes
silencios heredados,
un gesto parecido al que
hace una flor al abrirse,
un libro al pasar todas
las hojas seguidas e iniciar un vendaval,
sepultando los árboles,
afilando las rocas, colonizadas por líquenes,
aguardar nuestro turno,
degollar en familia,
sin reproche, esto es
nuestro hogar, cualquier fiera que se desate caerá,
normal, normalizado, quién
duda que será nuestro futuro,
la sorpresa mayor, cuerda
y horca,
historia y parte de un cuento
de animales testarudos que vamos a comernos deshuesándolos,
rio arriba está la tumba
del héroe de leyenda,
su peso es ahora nuestra
culpa,
ahora que esperamos, que,
asustados, renacemos del tiempo y de las cosas.
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