miércoles, 12 de octubre de 2016

LA SANTA CRUZ





 Fuimos invitados a recuperar las tradiciones,
callar cuando debíamos, vestirnos, masticar cuarenta veces,
adorar la cabra y adivinar una promesa mirando al cielo, a los dedos de la última que alza la mano;
eso nos lo enseñaron con el paso de los años,
no hizo falta violencia, con estirar el mantel era suficiente.
Sufrir sí era necesario delante del pescado muerto y podrido,
frio altar que se firma ante notario por si no vienen los que deberían ser los nuevos bárbaros,
un meteorito, la atmosfera justa y encarcelados a la gravedad,
crujen al frotar las manos en la aldea primigenia,
desierta ahora porque se terminó la abundancia y se diagnostican más cánceres en la orilla que en el interior;   
qué será de esos grandes silencios heredados,
un gesto parecido al que hace una flor al abrirse,
un libro al pasar todas las hojas seguidas e iniciar un vendaval,
sepultando los árboles, afilando las rocas, colonizadas por líquenes,
aguardar nuestro turno, degollar en familia,
sin reproche, esto es nuestro hogar, cualquier fiera que se desate caerá,
normal, normalizado, quién duda que será nuestro futuro,
la sorpresa mayor, cuerda y horca,
historia y parte de un cuento de animales testarudos que vamos a comernos deshuesándolos,
rio arriba está la tumba del héroe de leyenda,
su peso es ahora nuestra culpa,
ahora que esperamos, que, asustados, renacemos del tiempo y de las cosas.

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